El cantonalismo según Engels

La fama de (digámoslo así) ”alocado” que tiene el anarquismo, y muy particularmente el anarquismo de carácter rural de la España de finales del siglo XIX y principios de XX (y eso, al menos) se debe en gran parte a que ha sido estudiado por parte de personas ávidas de mostrar lo mucho o poco que tuvieron en común personajes históricos del anarquismo como Proudhon o Bakunin (entre otros), y, fundamentalmente, por su expulsión de la Internacional de Londres por los marxistas o socialistas científicos.

Un texto que viene muy a cuento sobre todo ello es el que lleva por título “Los bakuninistas en acción”, de Friedrich Engels, escrito tras los sucesos de lo que se ha llamado “movimiento cantonal”, ocurrido en muchas ciudades de España en 1873. El cantonalismo era un movimiento revolucionario que postulaba la escisión de las grandes ciudades en pequeños mini-estados autogestionados, y que, en el último tercio del siglo XIX, tomó forma en muchas ciudades  españolas. Engels utiliza el fracaso de este levantamiento para indicar a todos los obreros del mundo cómo no debe hacerse una revolución.

El texto de Engels lleva por subtítulo “Memoria sobre la insurrección de España (verano de 1873)”. Cronológicamente se sitúa, por tanto, en tiempos de la I Internacional, momento en el que (por cierto) el anarquismo (al menos en Andalucía) había arraigado con fuerza, y era la principal ideología de carácter obrerista en el país. Pero normalmente se trataba de un anarquismo incipiente, plenamente anárquico, y que se podría enlazar perfectamente con los sucesos de París de 1871 (La Comuna). El texto de Engels cuenta con tres partes o capítulos, que son:

  1. Advertencia preliminar
  2. La Alianza secreta de Bakunin
  3. La huelga general bakuninista
  4. Los intransigentes
  5. La Federación española de la Internacional.

Aquí haremos especial mención a los aspectos relacionados con la huelga revolucionaria en sí.

El primer punto se dedica, en la línea de Engels, a despotricar a gusto contra sus contrincantes ideológicos (en este caso Bakunin y la Liga Bakuninista que, según él, intentó boicotear la I Internacional con el fin de llegar a controlarla). El texto comienza así:

“El informe que acaba de publicar la Comisión de La Haya sobre la Alianza secreta de Bakunin ha puesto de manifiesto ante el mundo obrero los mensajes ocultos, las granujadas y la hueca fraseología  con que se pretendía poner el movimiento proletario al servicio de la presuntuosa ambición y los designios egoístas de unos cuantos genios incomprendidos.”

Con su particular y fino sentido del humor,  Engels se refiere, por tanto, en este punto, a lo ya expuesto. Pero destripemos el texto: Llama a los cabecillas de la revolución cantonal española “megalómanos ultrarrevolucionarios”, amantes de la autonomía individual, así como, sobre todo, abolicionistas de toda autoridad, “especialmente la del Estado, sobre la emancipación inmediata y completa de los obreros”. Engels era consciente de la preponderancia anarquista del movimiento obrero en España, sobre todo desde la escisión y expulsión de los anarquistas (aliancistas para Engels) de la Internacional. Por ello, califica a la sociedad española de la época de muy atrasada industrialmente y contraria a toda intervención en política. Así, la I República no contó, en líneas generales y según Engels, con el apoyo de la clase obrera española (al menos de los aliancistas), ya que esta participación implicaba el reconocimiento del Estado como arma de emancipación obrera. Por ello, los aliancistas boicotearon las elecciones a las Cortes Constituyentes convocadas por dicho gobierno. Acusaban, por el contrario, a los ambiciosos ávidos de poder, tal y como califica Engels la acción de los bakuninistas en la I Internacional. Sin embargo, un informe citado por el mismo Engels, y correspondiente a la Nueva Federación Madrileña de la Internacional, dice textualmente:

“Se acordó que la Internacional, como tal asociación, no debía desplegar ninguna actividad política, pero ¡que los internacionalistas, personalmente, podían obrar como creyesen conveniente y adherirse al partido que mejor les pareciera, en virtud de su famosa autonomía individual!”

Y continúa: “¿Cuál fue el resultado de la aplicación de esta absurda doctrina? Que la gran masa de los internacionalistas, incluso los anarquistas, tomó parte en las decisiones sin programa, sin bandera, sin candidatos propios, contribuyendo de este modo a que saliesen triunfantes casi exclusivamente los candidatos republicanos burgueses. Sólo se sentaron en los escaños dos o tres obreros, hombres sin representación alguna, que no alzaron la voz ni una sola vez en defensa de los intereses de nuestra clase y que votaban tranquilamente todas las proposiciones reaccionarias de la mayoría.”

No extrañe, tras todo lo dicho, la aversión aliancista por la acción y actividad política mencionada por Engels. Resume así su posición:

“atacar al Estado concreto en el que vivimos y que nos oprime, atacar al Estado en abstracto, que no existe en ninguna parte, y por lo tanto, no puede defenderse. Es éste el procedimiento magnífico de hacerse el revolucionario, característico de gentes a las que se les cae frecuentemente el alma a los pies; y hasta qué punto los jefes de los aliancistas españoles se cuentan entre esta casta de gentes lo demuestra con todo detalle el espíritu sobre la Alianza que citábamos al principio.”,

añadiendo que, de haber hecho la guerra electoral, en lugar de abogar por la abstención, “era seguro que en las distintas fábricas de Cataluña, en Valencia, en las ciudades de Andalucía, etc., habrían triunfado brillantemente todos los candidatos presentados y mantenidos por la Internacional”. Internacional de la que los anarquistas (los aliancistas) habían sido expulsados por los socialistas científicos como por ejemplo Engels.

En cambio, los aliancistas y los obreros españoles optaron por la revolución, así, sin más. Y esto es lo que condena Engels en el segundo punto de su texto “Los bakuninistas en acción”. En el tercer punto de su exposición (“La huelga general bakuninista”), Engels intentará explicarnos cómo los aliancistas intentarían, digamos, ocultar su fracaso tras su llamada a la abstención y la inactividad política: Lo harán haciendo un llamamiento a la huelga general. No en vano, en el manual bakuninista de acción política la huelga general juega un papel central, un desencadenante de la revolución social que ha de acabar con toda autoridad y, por supuesto, también con el Estado. Engels la enuncia con la ironía que le caracteriza:

“Una buena mañana, los obreros de todos los gremios de un país y hasta del mundo entero dejan el trabajo y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse por vencidas o a lanzarse contra los obreros, con lo cual da a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, toda vieja organización social.”

Ésta será, a grandes rasgos, la forma en que Engels entiende la acción política anarquista, en lo que se resumen las obras completas de Bakunin y todos sus allegados políticos. Todo un logro el de Engels. Por otro lado, y como señala el pensador socialista, esta vía no era ni mucho menos nueva, pues los mismos liberales la habían argüido años atrás, e incluso la propia Revolución Francesa se basó en este tipo de acción política por parte de las masas, pasando por otros movimientos que también abogaban por la emancipación de la clase obrera, como por ejemplo el cartismo de R. Owen en 1837 (en 1839 convocó el llamado “mes santo”, o sea, el paro a escala nacional con el fin de erradicar la explotación laboral, cosa que también se dio entre los obreros fabriles ingleses en 1842). Pero para que tal empresa llegase a buen puerto, haría falta, en palabras de Engels, una perfecta organización obrera, la cual (y en esto estoy de acuerdo con él) no se vería facilitada por agentes estatales y/o las élites gobernantes. La huelga general aliancista supondría, por el contrario, la victoria de los obreros sobre los políticos y de la política en general mediante la propia acción revolucionaria.

Ante la presión de estos obreros (llamados “Los intransigentes” por negarse a cualquier forma de acción política), digamos, de carácter tradicional, el gobierno reaccionó poniendo a Pi y Margall al frente del mismo, ya que éste era de perfil progresista y firmemente federalista. Según Engels, éste “presentó el seguida un programa de medidas sociales de inmediata ejecución”. Y prosigue afirmando que “además, por sus efectos, tenían necesariamente que empujar a mejores avances, y de este modo, por lo menos poner en marcha la reforma social”. Pero esto no contentaba a los “internacionalistas bakuninianos” por ser una medida “procedente del Estado”, y los dirigentes aliancistas marcarán su propio camino, ordenando la huelga general. Sin embargo, ésta no sería respaldada en toda España (Engels hace mención expresa de los obreros de Barcelona, que prefieren seguir las directrices marcadas por Pi en Madrid).

Una de las primeras ciudades en apoyar abiertamente la insurrección fue Alcoy (Alicante), que era un fuerte centro fabril levantino ¿Cual fue la acción gubernamental? Engels nos cuenta que

“El alcalde, Albors, un republicano burgués, entretiene a los obreros, pide tropas a Alicante y aconseja a los patronos que no cedan, sino que se parapeten en sus casas, a lo que los aliancistas respondieron con un comunicado en el que se recomienda que se mantenga neutral ante el conflicto, y que no tome partido por los patronos. Pero esta propuesta fue rechazada por el alcalde y los agentes gubernamentales, los cuales ordenaron  a las fuerzas del orden que disparasen contra las congregaciones de trabajadores.”

En estos altercados, Engels contó diez muertos en los enfrentamientos entre obreros y fuerzas del orden; y pudieron ser muchos más, si no hubiera sido porque (y según el mismo Engels) a que en medio del enfrentamiento “se les acabó la munición”. Engels se encarga también de desmentir que las acusaciones de fábricas incendiadas, personas quemadas vivas y el fusilamiento de guardias por parte obrera no eran más  que invenciones de la prensa burguesa de entonces.

El resultado fue (en Alcoy) la victoria por parte de los aliancistas, que proclamaron el cantón en dicha ciudad, presidido por un Comité de Salud Pública. Se prohibió la emigración de los hombres (no así de las mujeres y niños). La insurrección, por su parte, no avanzó mucho más en la zona debido a la política represiva del gobierno en los pueblos y ciudades aledaños. En vista de esto, el Comité de Salud Pública gobernante ordenó la rendición sin condiciones ante el avance de las tropas gubernamentales sobre la ciudad, no sin antes negociar una amnistía para evitar represalias para todos los participantes en la insurrección. Engels finaliza el tercer punto de su exposición con un “Esas son las hazañas llevadas a cabo por la Alianza donde nadie les hacía competencia”. Muy ilustrativo, y que denota, sin dudar, que el socialismo científico tenía y tiene razón también en cuanto a tácticas revolucionarias y de toma del poder.

El cuarto apartado del texto de Engels, denominado simplemente “Los intransigentes” comienza mencionando que, acto seguido al levantamiento de Alcoy, se levantaron los intransigentes en Andalucía. Engels afirma lo siguiente:

“lo único que puede asegurarse era que los reinos intransigentes trataban ante todo de que se llevase a la práctica cuanto antes la República Federal para de este modo poder escalar al poder y los muchos cargos que habían de darse en los numerosos cantones”.

Este enunciado, de gran valor histórico por otra parte, muestra a las claras, sin embargo, que Engels estaba en contra de los intransigentes, en todo caso. Un poco más adelante dice lo siguiente:

“Los mismos bakuninistas que, pocos meses antes, en Córdoba, habían anatemizado como una traición contra los obreros los gobiernos revolucionarios de Andalucía, pero siempre en minoría, de modo que los intransigentes podían hacer lo que les viniera en gana”,

Y se metían al conjunto de obreros andaluces en el bolsillo mediante soflamas baratas y “reformas sociales de carácter más tosco y absurdo y que, además, sólo existía sobre el papel” (Engels). Quede claro que los intransigentes eran, ante todo, los dirigentes de la rebelión cantonal, en palabras de Engels, y usando su misma terminología.

“en el transcurso de pocos días, toda Andalucía estuvo en manos de intransigentes armados. Sevilla, Málaga, Granada, Cádiz, etc. Cayeron en su poder casi sin resistencia. Cada ciudad se declaró cantón independiente y nombró una junta revolucionaria de gobierno. Lo mismo hicieron después Murcia, Cartagena, Valencia. En Salamanca se hizo también un ensayo por el estilo, pero de carácter más pacífico. Así estuvieron la mayoría de las grandes ciudades de España en poder de los insurrectos, con excepción de la capital, Madrid -simple ciudad de lujo, que casi nunca interviene decisivamente- y de Barcelona.”

Y finaliza de la siguiente forma: “Si Barcelona se hubiese lanzado, el triunfo final habría sido casi seguro.”

¿Cómo se organizaban los insurrectos? Según Engels, de forma deplorable, lo cual explica, en parte, el fracaso de la intentona. Mientras tanto, “la única fuerza de confianza con que contaba el gobierno era la Guardia Civil y ésta se hallaba desperdigada por todo el país”, la cual se solía enfrentar a los insurrectos en campo abierto. Otro factor del fracaso fue el hecho de que cada cantón actuaba independientemente, de forma que la defensa de la revolución en su conjunto se hallaba desdibujada y dividida. Por entonces, Pi y Margall interrumpió las negociaciones con los insurrectos, desde la imposibilidad de llegar a acuerdo factible alguno.

Así, se llama al general Pavía, que formó divisiones para mandarlos contra Andalucía, así como otras divisiones, mandadas por el general Martínez Campos, entre Valencia y Cartagena. Hay que decir que, a la hora de la rendición, los sublevados de los pequeños centros urbanos solían entregarse sin resistencia (al menos en Andalucía). En apenas un mes, la insurrección fue reducida en el Sur. Mientras tanto, la campaña de Martínez Campos en Valencia se inició el 26 de julio, siendo finalmente vencida el 8 de agosto. En cuanto a Murcia, la capital fue ganada sin resistencia por los 3000 soldados del gobierno (que, como hemos dicho, eran fundamentalmente Guardias Civiles). En Cartagena la resistencia fue mayor, saliendo con la flota a mar abierto para defender la revuelta, amenazando con bombardear las ciudades del litoral marítimo desde Valencia hasta Málaga. Lo cierto es que estos revolucionarios tuvieron en jaque a buena arte del gobierno del país con su amenaza del bombardeo. Finalmente, lo que se bombardearon fueron las fortificaciones de la ciudad por las tropas del gobierno español.

El quinto y último punto de “Los bakuninistas en acción” lleva el título de “La Federación Española de la Internacional”, y en él Engels se limita a exponer el informe de la Federación Madrileña de la Internacional sobre el levantamiento cantonal.

En dicho informe, la Federación toma el levantamiento cantonal como un acto descabellado, y que estaba inevitablemente conducido al fracaso desde el principio. En lugar de conducir a la emancipación obrera, la insurrección ha tenido el efecto contrario, ya que “faltó la condición esencial; la actuación conjunta de todo el proletariado español, que tan fácil hubiera sido conseguir movilizándolo en nombre de la Internacional” (del citado informe). Critica asimismo que sean los aliancistas los que presidan la sección española de la Internacional. Culpa también al abstencionismo electoral del proletariado (dato ya mencionado) del fracaso proletario en España, y del que habrían sido directamente responsables los bakuninistas. De este modo, propiciaron que las masas se lanzaran a la revolución sin contar con ningún plan premeditado, ni supieran ni remotamente lo que ganarían, atribuyéndoseles multitud de abusos.

Aquí finaliza el texto de Engels, de, cómo digo, gran riqueza para los historiadores, así como para otros investigadores del movimiento obrero español en general, y de los inicios del anarquismo en España en particular.

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